martes, 20 de marzo de 2012

¿Volverás?

-Mañana me marcho- dijo, tan de repente que se notó que había estado pensando en aquellas tres palabras.
-¿Y sabes a dónde?
-Sí.
-¿Y sabes llegar?
-Creo que sí...
-¿Y qué buscas?
-Nada en especial, quizá aires nuevos y un poco de vida.
-¿Y nada te ata aquí?
-Vamos, ¡si es sólo un par de semanas!
-¿Estás seguro?
-Como nunca... Mañana me marcho.

Me pregunto por qué me mentiste, aunque tampoco sé por qué no me aseguré de que volverías.
Quizá la culpa fue, de nuevo, de mi eterno pesimismo: dijiste que te ibas y tan sólo pude decirme adiós.

domingo, 18 de marzo de 2012

Sobre el mismo suelo

Dicen que la distancia hace el olvido, que el tiempo todo lo cura y que las penas se las lleva el viento. Pero, contrario a todo lo que sale de bocas ajenas, conozco historias mucho más complicadas.

Había un chico. Alto, rubio y de unos ojos verdes profundos. Lo daba todo en todo momento. Escribía poesías y cantaba en la ducha. Soñador y enamoradizo hasta la médula y de lágrima desgarradora. Aunque, en realidad, a él le gustaba sonreír... y ver romper la risa en los que le rodeaban. También le gustaban los electrónicos "jajaja" o las frases graciosas de alguna página web, siempre estaba entre bromas o imaginando situaciones absurdas en un "¿Te imaginas que...?"

Si seguimos citando lo que dice la gente, diré que las naranjas suelen tener dos mitades. Ella era una niña inocente, de palabras inteligentes y una amplia sonrisa. Era de hábitos permanentes, una chica predecible pero tan ingenua y pura que hasta el más duro sabría ver en ella algo especial. Solía juguetear y bromear, a ella también le gustaba reír.

Quizá tenían tantas cosas en común y tantas otras los diferenciaban que la balanza venció hacía el  y, al fin, algo surgió en una noche de poco sueño. Amor es una palabra demasiado grande, pero podría jurar que él ya no es el mismo desde entonces. También podría jurar que lo sabe...

Los mejores momentos de sus cortas todavía vidas se habían agrupado en los tan efímeros meses que habían pasado entre conversación y conversación. Ella era tan niña y él tan inteligente... Pasaban los días aferrados al Bip del móvil o de la pestaña de Internet. El momento culmen fue hace bastante pocas noches, cuando todo cambió de rosa a rojo. Llegó la pasión. Iban dando pasos hacia la verdadera esencia, de la mano. Se sentían tan completos y tan seguros juntos, mirándose a los ojos y acariciándose con esa mirada mientras saboreaban el timbre de sus voces.

Claro que toda luz provoca una sombra y que todo día tiene su noche. Ellos no iban a ser menos. Tan sólo se han visto una vez, a orillas del mar, y creyeron que eso bastaría, que sería algo continuo, fácil de repetir. La realidad se aleja mucho de ese idílico día.

Ella está muy lejos. Y él está tan alejado como ella. Me aventuraría a decir que, mientras el mundo gira y el tiempo trata de alcanzar al viento, ellos están quietos, inmóviles. Ella, sujeta a la presión de no sentirlo cerca y él, muriendo de a poco por no poder rodearla y besarla. Falta el olor a fresa de ella que recordaba de aquel día, en la playa. Faltaban los brazos fuertes de él agarrándola a lo largo del paseo marítimo. Escaseaban las caricias y los besos y los roces. Estaban exultantes por tenerse y destrozados por que no fuera cierto.

Lo único que les queda para poder seguir haciendo como si no pasara nada es una promesa. Pero no una como las que se hace uno al inicio del año ni las promesas de estudiar una semana antes del examen o de leer algún libro durante las vacaciones...

Una promesa de verdad. Una promesa de la que dependen y de la que depende su paz. Volver a sentirse sobre el mismo suelo.

sábado, 17 de marzo de 2012

Si hubiera alguna forma de tener dos vidas...

En una noche fría y cálida a la vez, de esas en las que uno está de lo más despierto pero se encuentra en un profundo y lúcido sueño, ella estaba sentada, observando esa maravilla de 88 teclas. Seguía con la mirada el surco de cada blanca, de cada negra... Se fijaba en las imperfecciones y se decía a sí misma que ya era hora de llamar al afinador, un piano no podía estar en esas condiciones.

Comenzó apretando la tecla más céntrica, la más simple pero profunda: era un Re. Le gustaba imaginar cómo sonaría ese Re en un modo mayor o en un modo menor, sorprenderse con el cambio que un acompañamiento podía producir en una sencilla nota. Apretaba hasta el fondo y dejaba que el sonido se alejara y sonara como las gotas lejanas de lluvia en una tarde tranquila de otoño. Y que vibrara, que el sonido y su movimiento la hicieran bailar...

Pensó en qué nota podría marcar una buena continuación en la velada. ¿Un Do? Qué va, retroceder no era su estilo. Un Mi también era demasiado predecible. Tampoco iba a arriesgarse con un Si, todavía no tenía la capacidad para saber cómo podía sonar. Un La... El La era bonito, pero todavía no. Después.

No estaba indecisa, sabía que tenía tiempo para pensar y, sobre todo, para disfrutar del Re que todavía, hondo y perfecto, seguía sonando.

Entonces se dijo que sí, el Fa era lo mejor... Si continuaba hacia La después, tal y como había pensado ya, podría completar el acorde. Sin embargo, volvió la duda cuando estaba a punto de apretar ese Fa. No se había dado cuenta pero, ¿y las notas negras? Dios mío, ¡las había olvidado! Entonces llegó el problema. Apartó de su mente el amplio abanico de notas alteradas que podía tocar para centrarse en el mayor de sus problemas aquella noche. ¿Fa sostenido o Fa natural?

He ahí. Si elegía el Fa sostenido, seguido del La natural, conseguiría un acorde alegre, tranquilizador y placentero. De los que contentan a cualquiera. Le subiría el ánimo, le haría sonreír. Era la magia de la música.... Por otra parte, el Fa natural antes del La también natural conseguiría transmitir al aire un sentimiento de comprensión ante la tristeza o la amargura, un sonido entre triste y melancólico, como un recuerdo amargo. Era agradable pensar que la amargura también era algo físico y no algo que sólo existe en nuestro interior.

Entonces sí se sintió perdida. Y la peor forma de perderse es a medio camino, intentando encontrarse... No sabía qué hacer, cómo seguir, qué elección era la correcta. Si elegía una, supondría matar las esperanzas albergadas en el otra. Cualquiera de las dos opciones era mejor que su contraria y sabía perfectamente que nunca tocaría las dos notas a la vez... A nadie le gustaría. ¿A quién le agrada algo tan disonante, tan difícil, tan costoso? Sabía perfectamente que cualquier paso que diera la llevaría al arrepentiemiento.

Pensó que la solución era tener dos vidas, una para el Fa sostenido, con su paz y viveza, y otra para el Fa natural, con el reflejo de los sentimientos de la chica sentada al piano.

Claro que tener dos vidas es imposible. Ella lo sabía.

Por eso sigue sentada desde aquella noche, apretando bien el pedal para mantener aquel Re y pensando qué hacer con su acorde.


domingo, 11 de marzo de 2012

Ahora solo habla de sus ojos

Hubo días en que pensaba que no merecía la pena. Qué triste era fingir que todo iba como siempre... Pero esos ojos la obligaban a asentir y tratar de continuar con el tema. Cualquier cosa dejaba de tener importancia cuando ese par la miraban, o al menos eso parecía. Eran tan claros, tan puros... tan dulces.

La emoción hasta le picaba en la piel cuando esos grandes dientes blancos aparecían. Eran agua fresca en una tarde del más asfixiante verano. Sentía ganas de abrazarlo y apretarlo con todas las fuerzas que, hasta el fin, le quedaran. Y casi ninguna vez se reprimía esos deseos.

Por eso odiaba verle llorar. Todos odiamos las nubes negras en un cielo infinito. Le gustaba sacarle carcajadas cuando asomaba en su boca un gesto triste, como intentando parar lo inevitable. Como arrancando hojas secas al inicio del otoño.

Con impotencia, ella se daba cuenta de que esas veces en que debía salvarlo cada vez eran más frecuentes. Andaba con la mente lejos. Si lo sorprendía con una pregunta que, en el aire, se perdía sin respuesta, él bromeaba diciendo que le gustaba viajar. Pero ella sabía que no, no era un viaje... Otras causas lo alejaban de ella.

Primero llegó el diagnóstico. Después, las facturas... Le siguieron las lágrimas de ella, las de él. Todo terminó con esa mirada perdida.

En octubre los menús volvieron a ser individuales, llegar a fin de mes algo más fácil y los días, eternidades.

Ahora sólo habla de sus ojos...