sábado, 17 de marzo de 2012

Si hubiera alguna forma de tener dos vidas...

En una noche fría y cálida a la vez, de esas en las que uno está de lo más despierto pero se encuentra en un profundo y lúcido sueño, ella estaba sentada, observando esa maravilla de 88 teclas. Seguía con la mirada el surco de cada blanca, de cada negra... Se fijaba en las imperfecciones y se decía a sí misma que ya era hora de llamar al afinador, un piano no podía estar en esas condiciones.

Comenzó apretando la tecla más céntrica, la más simple pero profunda: era un Re. Le gustaba imaginar cómo sonaría ese Re en un modo mayor o en un modo menor, sorprenderse con el cambio que un acompañamiento podía producir en una sencilla nota. Apretaba hasta el fondo y dejaba que el sonido se alejara y sonara como las gotas lejanas de lluvia en una tarde tranquila de otoño. Y que vibrara, que el sonido y su movimiento la hicieran bailar...

Pensó en qué nota podría marcar una buena continuación en la velada. ¿Un Do? Qué va, retroceder no era su estilo. Un Mi también era demasiado predecible. Tampoco iba a arriesgarse con un Si, todavía no tenía la capacidad para saber cómo podía sonar. Un La... El La era bonito, pero todavía no. Después.

No estaba indecisa, sabía que tenía tiempo para pensar y, sobre todo, para disfrutar del Re que todavía, hondo y perfecto, seguía sonando.

Entonces se dijo que sí, el Fa era lo mejor... Si continuaba hacia La después, tal y como había pensado ya, podría completar el acorde. Sin embargo, volvió la duda cuando estaba a punto de apretar ese Fa. No se había dado cuenta pero, ¿y las notas negras? Dios mío, ¡las había olvidado! Entonces llegó el problema. Apartó de su mente el amplio abanico de notas alteradas que podía tocar para centrarse en el mayor de sus problemas aquella noche. ¿Fa sostenido o Fa natural?

He ahí. Si elegía el Fa sostenido, seguido del La natural, conseguiría un acorde alegre, tranquilizador y placentero. De los que contentan a cualquiera. Le subiría el ánimo, le haría sonreír. Era la magia de la música.... Por otra parte, el Fa natural antes del La también natural conseguiría transmitir al aire un sentimiento de comprensión ante la tristeza o la amargura, un sonido entre triste y melancólico, como un recuerdo amargo. Era agradable pensar que la amargura también era algo físico y no algo que sólo existe en nuestro interior.

Entonces sí se sintió perdida. Y la peor forma de perderse es a medio camino, intentando encontrarse... No sabía qué hacer, cómo seguir, qué elección era la correcta. Si elegía una, supondría matar las esperanzas albergadas en el otra. Cualquiera de las dos opciones era mejor que su contraria y sabía perfectamente que nunca tocaría las dos notas a la vez... A nadie le gustaría. ¿A quién le agrada algo tan disonante, tan difícil, tan costoso? Sabía perfectamente que cualquier paso que diera la llevaría al arrepentiemiento.

Pensó que la solución era tener dos vidas, una para el Fa sostenido, con su paz y viveza, y otra para el Fa natural, con el reflejo de los sentimientos de la chica sentada al piano.

Claro que tener dos vidas es imposible. Ella lo sabía.

Por eso sigue sentada desde aquella noche, apretando bien el pedal para mantener aquel Re y pensando qué hacer con su acorde.


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Ondas expansivas: